martes, 7 de abril de 2009

EL TIEMPO SE DETIENE (a veces)



Corrían por la arena, al parecer no había factor condicionante de sus energías.
A ella todo le resultaba mágico, había dejado la monotonía gris y violenta de su ciudad natal y ahora estaba en medio de su sueño: paz, tranquilidad, inmensidad. A varios metros del suelo, sentada casi en la cima de aquel inmenso cerro de arena contemplaba atónita tanta tierra virgen. Se tapó los oídos porque una molestia mística la atacó, cubrió sus pequeñas orejas con su pañuelo verde mientras era fotografiada desde más abajo.

El vértigo apenas dio para que lograra subir algunas decenas de metros, desde su lugar “límite” contemplaba su belleza vuelta diminuta a fuerza de elevación y arena. Se sentó, clavó los pies en la arena, cruzó la correa de su cámara en su torso y se dispuso a capturarla. Forzó cada uno de los recursos a su disposición, tomó cuántas exposiciones le permitió su vértigo y luego simplemente se tendió mirando al cielo. “Esto es un sueño” se repetía a sí mismo, miraba todo a su alrededor, miraba a su compañera, miraba al cielo, se empapaba las manos de arena, respiraba hondo, exhalaba… Intentaba capturar cada detalle de los riscos próximos, cada color, cada corte en el perfecto paisaje que se le imponía. Intentaba no irse nunca…

“No entiendo como alguien puede dejar de quererte…” le dijo mientras acariciaba su cabello, mientras disfrutaban de un ocaso de placeres y sueños nunca confesados. Lo abrazó desde atrás, cubriendo una parte de su cuerpo que se enfriaba y dejó a las cobijas hacer el resto. Lo rodeó con su pierna y recitó la belleza de mil flores y los perfumes más hipnóticos a su oído. Susurró todo cuanto su compañero deseaba oír, mientras su corazón agitado la delataba con cada latido que golpeaba la espalda de él.
“No entiendo como alguien puede dejar de quererte…”. No era la primera vez que lo escuchaba, pero recién esta vez sentía merecerlo, quizás sólo ahora reconocía ciertas virtudes en él. Se río desde adentro, para sus propias ideas, dando mil vueltas por las infelicidades cometidas en nombre de aquel amor nominal que tanto lo agobió, tomó tanta ilusión desperdiciada y la alejó de sí mismo. Acababa de lograr una gran conquista, pero no tuvo tiempo de pernoctar en aquello, simplemente se sintió liviano y listo, alegre y animado: simplemente se dio la vuelta, enfrentó su aliento con el de ella y le hizo el amor.

Sólo un tímido clamor en el vidrio de la ventana los delataba. En la calle, la fría y tímida llovizna hacía maravillas con la luz de la tarde. Danzaba en los claroscuros que habían quedado de la batalla entre los rayos del sol y las nubes grises. Burbujas de luz adornaban la soledad de aquellas calles, y arrancaban sonrisas al frío incansable.

Adentro, cuando el ahogo de amor les exigía tomar nuevo aliento, ella y él se sentían inmersos en una inmensa nube rojiza. El espectáculo exterior, su propia temperatura, la luz, la dulce cortina roja, todo se les presentó opiáceo y excedió cada límite. Se vieron desbordados: pidieron, disfrutaron y plenamente egoístas exigieron nuevamente mucho más. Al encontrarse exhaustos se prodigaron con caricias nuevas energías e iniciaron de nuevo aquella sinfonía de susurros y gemidos, de tantas bellezas recitadas al oído…

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