jueves, 12 de marzo de 2009

SÍ, CREO...



"hoy escribo sin filtros, sin metáforas, sólo con los grises necesarios para preservar mi privacidad. hoy entendí que con palabras no se endulza un desafío, que siempre elijo probarme a mí mismo, que a veces no mido mis pruebas. también entendí que efectivamente siento a la altura de las exigencias que el destino planteó a mi corazón. para vos."


“… me robaste el corazón…”, dijo él. Y sus ojos absortos, abiertos tanto como nunca antes, interrumpieron por dos segundos aquel beso.
Apenas era el mediodía de aquel día que sería la primera página de este cuento. Las calles de San Salvador estaban plenas de sol y añoraban transeúntes.
Dentro de su pequeño cuadrilátero de mimos –él sentía- que el tiempo no les sucedía, que le faltaba valor para pedirle un día más, que era “desastroso” rogarle un retraso en su regreso al hogar, que quizás un beso más lograría el milagro de su compañía indefinida…
Afuera la calle ardía, eran las 13, eran las 14… y “¡Qué rico! Siempre quise comer algo de ahí…”.
Tenían 3 horas, no mucho más. El refunfuñaba, para sí, que era poco tiempo, que quizás ese tiempo de amor no fuera suficiente, no para cautivarla al menos. No lo suficiente como para no tener que repetir su frase e intentar ser sorprendido (al fin).
Trajo a su mente los frescos colores de su última y distante aventura, dejó ir su vista por sus contornos, y a su nariz captar nuevamente su intoxicante aroma a norte. La trajo hacia sí y dijo aquello de que le arrebataron un órgano, ella interrumpió su beso lo suficiente para enterarlo de que había dicho “algo”, aquél contacto de bocas siguió, ascendió, derivó en lo que ambos deseaban…
Se amaron muchísimo en el suelo, y con más tacto que elegancia. El tiempo es tirano, el espacio lo es más, pero era indiferente; indiferente como ese cuadrilátero -que eran él y ella- que ignoraba aquella de siesta de sol, y las horas que transcurrían sin compasión hacia esa despedida que no deseaban pronunciar.

Dejó algo más que deseo sobre su piel, sintió que no regresaría de aquello. A pesar de su miedo, él optó por ejercitar lo que creyó olvidado. Sólo dijo, besó, tocó y llevo adelante todo cuánto sintió. Y se sintió entero, ya no olvidado o poco más que una molestia. Volvía a existir ante sus propios ojos. “¿Por qué los regalos para el alma llegan y deben partir?”, se preguntó en silencio, mientras no dejaba de aferrarse a su mano, mientras le daba un tanto más de sí…
Ella lo dejó hacer. Sintió a su amante remar y empujarla, dejarse ir e intentar llevarla consigo. Dejó sus caricias como señales y se divirtió mientras él la recorría. Sintió que eran uno al fin. Sintió que el tiempo se dilataba, que todo era correcto, que cada encrucijada terminaba allí: en los brazos de su amante, en los brazos de su “chico”.
Así gastaron sus horas, así quedaron agotados. Así él retomó sus deberes tomándola de la mano. Así hicieron el amor frente a una pantalla, tomados de la mano, hablando con su piel, aprovechando cada descuido del deber con un beso.
Las horas transcurrieron en San Salvador –como en todos lados-, y llegó esa despedida.
El creyó que ella se precipitaba, creyó que quedaban algunos minutos. De todas maneras la siguió, de todas maneras la condujo de la mano hacia su regreso.
Se miraron tiernamente, él fue menos sensible que el día anterior, ella dejóse ir un tanto, lo suficiente para que su “chico” lo notara, lo suficiente para que ninguno entendiera que debían decir adiós.
El ocaso se despedía y ella tomó cuanto trajo consigo y retornó adónde debía, adónde él no se encontraba, pero llevándose su corazón.
Miró por el vidrio del transporte, él seguía diciendo hasta luego (amor), repitiendo en silencio “… me robaste el corazón, ¿sabés?...”, deseando que ella lo escuchara y lo entendiera hasta sentirlo…
Así empezaron un capítulo nuevo de un cuento que no acaba aún. Así apostaron cada uno, apostaron todo sin saber a qué juego, simplemente tomados de la mano y decidiendo soñar una vez más.